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“Redes Sociales: La era de la desinformación y los riesgos para la humanidad”. —Capítulo 3.

  • Foto del escritor: lucianaflorescba
    lucianaflorescba
  • 24 ago 2022
  • 4 Min. de lectura
Desinformación, anonimato y posverdad. Causas y desafíos.

Por: Luciana Flores


Las modernas tecnologías de la información y la comunicación nos presentan nuevos retos.

Uno de los principales desafíos es el de volver a encauzar el camino hacia la verdad y hacia un debate honesto y profundo sobre las cosas y, principalmente, sobre los valores, para volver a generar vías virtuosas de desarrollo y progreso a favor de la humanidad.


En este capítulo desarrollaré un tema que es uno de los grandes dilemas de las redes sociales en la actualidad: La información falsa (descontextualizada, errónea, manipulada o no verificada), la velocidad de su reproducción, su impacto en los sistemas políticos y democráticos y los riesgos que representan para las sociedades del mundo.


La desinformación no es un fenómeno nuevo. Sí, son inéditas en cambio, la velocidad y la amplitud con la que se propaga toda clase de bulos e informaciones trucadas por las redes sociales.


Hay un estudio del MIT que dice que las noticias falsas o “fake news” en Twitter se difunden seis veces más rápido que las reales. No puedo entonces no preguntarme como será ese mundo en el que la mentira tenga una ventaja seis veces mayor que la verdad.


Hemos pasado de la era de la información a la era de la desinformación. Las redes sociales amplifican los chismes y rumores al punto de que ya no sabemos qué es verdad o qué es mentira.


Permiten difundir narraciones manipuladoras con una facilidad tremenda. Absorbemos noticias falsas como si fueran reales perdiendo así el control de nuestros pensamientos, de lo que somos y de lo que creemos.


Lo más preocupante de este fenómeno son sus consecuencias.


Como mencioné en el capítulo anterior, la pandemia fue un ejemplo de ello. Teorías conspirativas que iban desde la negación del virus, de su origen o de la eficacia de las vacunas, a tratamientos fuera de todo ámbito científico. Hasta se llegó a insistir en que la vacuna era un proyecto de dominación del universo.


Un ecosistema abarrotado de fuentes que difundían información falsa y acumulaban miles de millones de visualizaciones y seguidores en todos los rincones del planeta poniendo en riesgo la salud y la vida en el mundo entero.


No menos grave es el impacto de estos efectos no deseados de las redes sociales en los sistemas políticos y democráticos.


Bajo la excusa de la libertad de opinión, grupos de poder las utilizan impunemente, con objetivos claros e intereses específicos, que, en la mayoría de los casos, se alejan del interés colectivo y constituyen verdaderos delitos.


El anonimato de muchas publicaciones (encarnado en cuentas falsas y trolls), permite que los intereses particulares de grupos organizados o de sectores políticos intenten deliberadamente generar discordia, convirtiendo a las campañas políticas en un pantano de mentiras, hipocresías, noticias falsas, descalificaciones e insultos.

280 caracteres de superficialidad que convierten el debate en una discusión sorda y ciega, que aturde los sentidos, nubla la razón e impide analizar con claridad y cierto grado de razonabilidad la realidad”.


Así, se vuelve imposible construir una cultura política que permita a los ciudadanos decidir con conocimiento y claridad, socavando la democracia y la libertad, con consecuencias destructivas inevitables.


Los “algoritmos” permiten estudiar la conducta de los seres humanos e identificar los gustos y preferencias de los usuarios, a partir de lo cual se pueden realizar convocatorias o conspiraciones desde el más absoluto anonimato. El anonimato favorece la clandestinidad del mensaje y del emisor y la clandestinidad otorga impunidad. Y lo mas grave, permite encubrir a los ideólogos y las ideologías detrás de estas convocatorias.


El hecho de que los dirigentes sean reemplazados por algoritmos tiene consecuencias impredecibles sobre la forma, los contenidos y las responsabilidades en la política”.


Sirva este análisis para advertir a aquellos que de buena fe reproducen y viralizan mensajes de esta naturaleza, sean del color político que sean, que “están sirviendo a la tarea de impedir pensar con claridad, elevar el debate político de la sociedad, enriquecer el pensamiento y actuar en consecuencia”.


Involuntariamente las redes sociales han servido para impulsar la llamada “posverdad”, definida por el director de la Real Academia Española, Darío Villanueva, como “aquella información o aseveración que apela a las emociones, creencias o deseos del público en lugar de a hechos objetivos”.

La posverdad atenta contra ese principio básico del contrato implícito que se da entre el que habla y el que escucha: la concordancia de los enunciados con la realidad de las cosas, que, unido al hecho de que muchos desean ratificar sus propios prejuicios y creencias, tenemos el campo abonado para su expansión.


Esto es el resultado de la ausencia de un debate mucho más profundo y de naturaleza filosófica: la discusión respecto de si existe la verdad.


El relativismo que impera en el mundo de hoy es el que le da sustento ideológico a la denominada posverdad. Nadie acepta definir lo “correcto”. La mayoría de las personas sostienen que lo correcto es “lo que yo pienso”.


Y esto tiene que ver con la negativa de la mayoría de las personas a aceptar un “deber ser”, elaborado a partir de un sistema de valores reconocido por todos (o por lo menos por la gran mayoría de una sociedad o de una cultura), que debe regir esa comunidad. Esto se refleja en la superficialidad y liviandad del dialogo social.


Sin embargo, pecaríamos de inocentes si creyéramos que no hay nadie que esté pensando en profundidad una ideología. Esta liviandad y superficialidad son sólo las consignas que definen una ideología que tiene objetivos y representantes claros respecto del diseño de la sociedad del futuro.

Concluyendo…


La desinformación, la mentira o la tergiversación de la verdad no tienen ideología ni color político.


La honestidad del mensaje es un valor que debemos recuperar y defender como sociedad si queremos volver a ser artífices de nuestro destino.


La comunicación destinada a confundir, a no profundizar, a descartar o a banalizar el debate, nos lleva a un callejón sin salida en el que solo “unos pocos” conducirán nuestros destinos a favor de sus intereses particulares y no para el bien común.


La libertad sólo es posible si existe la verdad. Y para que haya verdad, debe haber un acuerdo común sobre el sistema de valores que debe regir en la sociedad. Y para que esto ocurra, primero deben eliminarse las barreras comunicacionales que impiden avanzar en un pacto común para beneficio de todos.


Lic. Mgter. Luciana Flores.

Redes:

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