Tan distintos y tan parecidos.

Por: Luciana Flores

Para: La Voz del Interior.

Esta semana se conoció la noticia de que se cayó por falta de cuórum la sesión para el tratamiento de la reforma de la Ley de Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) impulsada por la oposición para acotar el poder del presidente Javier Milei para gobernar a través de esa vía.

La ley a la que se hace referencia fue sancionada en 2006 durante el gobierno de Néstor Kirchner para eludir uno de los atributos más importantes de la república, como es la división de poderes, ya que establece la validez de los DNU con la sola aprobación de una de las Cámaras del Congreso (o si no los trata ninguna de las cámaras), a pesar de que tienen el mismo efecto y fuerza que una ley.

Según una nota de Infobae, desde la asunción de Carlos Menem hasta hoy se han emitido 1.418 decretos de necesidad y urgencia y señala: “La normalización de la excepcionalidad ha desvirtuado el objetivo y los límites de este instrumento.

Así, cada gobierno que asume declara la emergencia, y se arroga atribuciones que no le corresponden y que debilitan el sistema de pesos y contrapesos que hacen a una mejor administración del poder conferido por los ciudadanos”.

Sin embargo, resulta curioso que las propuestas y proyectos para modificar la ley que regula los DNU siempre vienen de sectores de la oposición y nunca del propio partido gobernante. Es decir, se quiere hacer lo correcto cuando se es oposición, pero no cuando se es gobierno.

Da la sensación entonces, de que las decisiones políticas no se rigen por una verdadera defensa de la constitución, los valores republicanos y las instituciones, sino por el oportunismo y la búsqueda de ventajas partidarias. Y este es el problema de fondo de la dirigencia argentina: la hipocresía.

El doble estándar que se usa en la búsqueda de pequeñas ventajas que terminan debilitando la credibilidad de la dirigencia y el sistema institucional como un todo.

El triunfo de Trump y la euforia en Casa Rosada.

Fue informado por todos los medios de comunicación, la euforia que reinaba en la Casa Rosada y en el equipo del presidente Milei con el triunfo de Donald Trump en las recientes elecciones de Estados Unidos y que se sintetizaba en la frase “no nos vamos más”.

De repente se me vino a la memoria la expresidenta Cristina Fernández después de su triunfo electoral con el 54% de los votos en 2011, que al pie del monumento a la bandera emitió la famosa frase “ahora vamos por todo”, o las expresiones de la dirigente kirchnerista Diana Conti postulando la consigna “Cristina eterna”. Tan distintos en lo que proponen como modelo económico para el país, como parecidos en lo que proponen como modelo político. Como si se pudiera separar una cosa de la otra.

Dos modelos económicos, un modelo político.

Con este modelo de gestión política se termina siempre recurriendo al toma y daca, a los premios y castigos y al método de someter en vez de armonizar. Porque es más fácil gobernar por decreto que asumir la enorme tarea de construir un modelo de gestión que fortalezca la república. Porque es más fácil imponer las decisiones que armonizar la pluralidad de ideas e intereses de una sociedad. Y esto sólo produce resultados de corto plazo.

El problema es que la base para el éxito de cualquier gobierno es la confianza que genere en los distintos actores de la sociedad y del mercado, confianza necesaria para el crecimiento económico y el progreso social. Y nadie está dispuesto a confiar si no se le asegura una cuota de estabilidad en el tiempo. Porque el crecimiento económico y un proyecto de nación solo pueden consolidarse en el largo plazo.

Como si el relato fuera superior a la idea, como si la consigna fuera superior al argumento. Como si se pudiera progresar y crecer sin calidad institucional.

Da para pensar con mucho fundamento que el relato y la consigna son solo cortinas de humo para disimular el intento de pasar por encima de las normas que rigen la vida institucional y cívica de nuestra patria.

Como si el interés del grupo gobernante fuera superior al interés del conjunto de la Nación. Como si la lucha contra la casta y los intereses corporativos pudieran quedar en manos de personas o pequeños grupos iluminados y no debieran ser el resultado de la acción de un sistema institucional que equilibre los intereses en pugna dentro de la sociedad.

Lic. Mgter. Luciana Flores.

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