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La deuda del Tesoro y del BCRA: ¿mala praxis o un negocio para pocos?

Por: Luciana Flores

Para: La Voz del Interior



Hace tiempo que se debate en Argentina acerca de quién endeudó más al país, en el marco de una batalla por definir el orden de mérito en el podio de los fracasos.

Algunos interesados incluyen en el análisis las condiciones de las deudas, el origen y las circunstancias, la moneda o el tipo de acreedor, en un intento por inclinar hacia un lado o hacia el otro la balanza que sopesa las culpas de una Nación sin presente y de incierto futuro.

Sin embargo, poco se habla del destino de las deudas. Estas pueden ser provechosas si tienen un objetivo virtuoso. O pueden ser una amenaza constante y una carga demasiado pesada cuando responden a fines inconfesables.

Cuando el proceso de endeudamiento es virtuoso, se traduce en obras, inversión, desarrollo tecnológico, productividad, mejores salarios, trabajo genuino y crecimiento económico.

En cambio, cuando los circuitos de endeudamiento son perversos, generan una gigantesca transferencia de ingresos de los sectores de la producción y el trabajo al sector financiero especulativo, y una monumental formación de activos externos (más conocida como “fuga de capitales”).

En la última década, la Argentina no creció, cayó la inversión, la pobreza pasó del 28% al 40%, somos menos productivos, los salarios reales cayeron como mínimo un 30%, y se estima que los argentinos tenemos fuera del sistema cerca de 300 mil millones de dólares.

Sólo considerando los últimos ocho años, la deuda pública argentina medida en dólares creció de U$S 222 mil millones a más de U$S 400 mil millones, con responsabilidad compartida entre las últimas gestiones de gobierno.

Los pasivos del BCRA ascienden a casi $ 21 billones y ya tienen vida propia. Son la principal fuente de emisión y la verdadera causa de la espiralización inflacionaria. Ya implosionaron en 2018; pero eso no importa; total, la rueda, para algunos, siempre vuelve a girar.

Hoy parece haber un consenso de todas las fuerzas políticas respecto de la necesidad de ajustar las cuentas fiscales para resolver los problemas de nuestro país.

Si bien es cierto que el equilibrio fiscal es indispensable para tener una economía sana, la realidad es que desde 1976 en adelante, el principal problema de los argentinos es el manejo del endeudamiento y los déficits consecuentes.

En 1976, la deuda pública total argentina era de U$S 7.000 millones. Cinco años más tarde, el entonces ministro de Economía del gobierno de facto, José Martínez de Hoz, dejaba su poderoso cargo con una deuda de U$S 35.671 millones.

La tablita cambiaria, las altas tasas de interés que dejaban una ganancia en dólares del 50% anual y la remuneración de encajes por medio de la cuenta de regulación monetaria desencadenaron uno de los procesos de bicicleta financiera y fuga de capitales más importantes de la historia argentina y marcaron el destino de nuestra patria.

Hoy, los intereses de la deuda del Tesoro y el déficit cuasifiscal (BCRA) equivalen aproximadamente a cuatro veces el déficit fiscal primario del Estado. Y ningún candidato explica con claridad cómo resolver este problema. Peor aún, muy pocos preguntan.

Pero lo más grave de todo es que hasta ahora nadie propuso la creación de un marco normativo institucional que impida que una utilización indebida del endeudamiento condene a un país lleno de riquezas a vivir en la miseria.

Martín Kanenguiser, en su libro La maldita herencia, lo resume diciendo: “La historia de la deuda argentina es la historia que nos permite entender cómo sobrevino la quiebra del Estado, la postración de la economía y la indigencia de millones de argentinos”.

La historia de la deuda argentina es, pensando bien, una historia de fracasos. Y si pensamos mal, un negocio para pocos.

Lic. Mgter. Luciana Flores.


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Twitter @luflorescba






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