Por: Luciana Flores.
Para: @LaVozdelInterior
Luego de las elecciones de medio término de 2021, escribí una columna que titulé “Cuando habla el pueblo”, en la cual hacía referencia al surgimiento de Javier Milei, quien con un mensaje antisistema venía a representar el enojo de una sociedad desencantada con la política. Las urnas enviaban un mensaje a la dirigencia nacional y esta tenía la oportunidad de escuchar y cambiar el rumbo, o perder el poder de representación de la sociedad.
La ciudadanía pedía una nueva política, más austera, más efectiva, más empática y, principalmente, más concentrada en los problemas de los gobernados que en sus propios intereses.
Pero nadie quiso escuchar. O nadie supo. O nadie pudo. Hoy lamentan las consecuencias. Las fuerzas políticas tradicionales –principalmente Juntos por el Cambio y Unión por la Patria– perdieron en conjunto más de 12 millones de votos desde las elecciones generales de 2019; es decir, casi el 50% de los votos en menos de cuatro años.
Muchos de estos votos migraron a Milei, pero otra parte importante se transformó en abstenciones y voto en blanco: más de cinco millones de personas que votaron en 2019, en esta oportunidad no quisieron elegir.
Unión por la Patria esperaba un resultado adverso. En primer lugar, por los enormes desequilibrios macroeconómicos que hacen imposible vivir con cierto grado de tranquilidad y que se profundizaron durante el gobierno de Alberto Fernández. En segundo lugar, por el profundo deterioro de las variables sociales, laborales y educativas. Estas reflejan una realidad que rompe los pilares del armado ideológico que daba sustento a este gobierno. En palabras de Montesquieu, “la descomposición de todo gobierno comienza por la decadencia de los principios sobre los cuales fue fundado”.
INTERESES Y MEZQUINDADES
En las elecciones de 2021, el mapa político argentino se tiñó de amarillo. Juntos por el Cambio parecía tener la presidencia servida en bandeja. Las posibilidades ciertas de transformarse en gobierno, sumadas a la debilidad de una coalición unida por el enemigo común más que por una idea o proyecto de país, desataron una demoledora guerra interna por el poder, entre quienes no estaban dispuestos a cederlo y quienes se consideraban con el derecho a heredarlo.
Así, los intereses individuales y las mezquindades de sus integrantes pesaron más que las propuestas que presentaron las distintas corrientes ideológicas que componen la coalición, y la derrota electoral sorprendió a propios más que a extraños.
Como lo expresó hace un tiempo el candidato a gobernador de Entre Ríos por Juntos por el Cambio, Rogelio Frigerio: “Lo que la gente ve es que, en algunas circunstancias y en algunos temas, terminamos siendo como un espejo del kirchnerismo”.
El sistema político institucional argentino está en crisis. Y la dirigencia política argentina es responsable de esta realidad, debido al enorme aporte que hizo y hace al desprestigio de la democracia.
El único cambio capaz de llevarnos por un sendero de crecimiento y desarrollo sostenido será aquel que se erija sobre un sistema político social e institucional más virtuoso. No hay soluciones rápidas ni fáciles. La transformación llevará mucho tiempo. Porque mucho más difícil que cambiar una moneda o un plan económico es madurar como sociedad.
Mucho más difícil es sentar las bases que nos permitan funcionar sobre los pilares de la división de poderes, el federalismo, el respeto a las instituciones y a las leyes.
Mucho más difícil es ser capaz de entrelazar la pluralidad de ideas e intereses que se anidan en la sociedad a favor de políticas de Estado que devuelvan un rumbo a la Argentina, que se sostengan en el tiempo y que aporten un marco normativo institucional de calidad al funcionamiento del Estado.
¿Será Milei capaz de generar este salto institucional que Argentina tanto necesita? Dadas sus palabras y expresiones, me reservo el derecho a dudar.
Lic. Mgter. Luciana Flores.
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