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El país necesita más "raros"

  • Foto del escritor: lucianaflorescba
    lucianaflorescba
  • 18 jun 2022
  • 3 Min. de lectura

Por: Luciana Flores


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Leyendo la excelente descripción de la cultura política institucional y cívica de la sociedad cordobesa que desarrolla el periodista Adrián Simioni en su nota publicada hace unos días en los portales de Cadena 3: “Nosotros, los raros: después de Schiaretti, ¿qué?”, me surgen pensamientos y reflexiones acerca de aquello que hace virtuoso el proceso de construir una sociedad mejor.

Simioni reúne una serie de características de la sociedad y de la dirigencia cordobesa y las denomina “Nuestras cuatro extravagancias cordobesas” haciendo referencia a un modelo sustentado en cuatro premisas: “armonía democrática, federalismo de verdad, Estado activo y solidario pero racional y con toda la iniciativa privada posible y una épica progre-republicana que disputa el relato Kirchnerista”.

Sobre una alianza implícita se desarrolló en Córdoba una cultura política adoptada por todo o casi todo el arco constitucional de partidos que consiste en una relación madura y respetuosa (más allá de las diferencias) entre gobierno y oposición, en hablar sobre lo que se propone y sobre lo que se hace, y en erradicar la descalificación y la confrontación violenta.

La política económica estuvo y está anclada profundamente en una articulación entre los sectores de la agroindustria y las principales entidades industriales y de servicios -que aportaron capital, desarrollo tecnológico y empleo genuino- y la política, que aportó una democracia de estilo occidental y modernizadora del estado, al tiempo que una gestión eficiente y progresista que impulsó el desarrollo.

La base de esta construcción no es más ni menos que la “confianza” entre las partes. Confianza que se sustenta en la previsibilidad que genera el respeto a las instituciones y la claridad y estabilidad de las reglas del juego. El progreso es consecuencia de la confianza. Y la confianza se genera siendo previsibles y dando certezas.

“Raros” nos titula acertadamente Simioni. La real academia define raro como algo poco común o poco frecuente. “En Córdoba estamos medio acostumbrados a eso”, detalla. “Pero es rarísimo en un país como el nuestro”.

Es rarísimo en una Argentina dominada por una dirigencia política nacional atormentada que sólo es capaz de ver al que piensa distinto como enemigo.

Es rarísimo en un sistema democrático tan vapuleado y degradado por peleas descalificantes y chicanas sin contenido como no sean solo eslóganes vacíos dirigidos a estimular los instintos más elementales del ser humano.

Estas premisas debieran constituir la conducta de ciudadanos y élites que definan la cultura política, cívica, económica y social de nuestra patria, ya que hacen a la construcción de una sociedad más productiva, a un mejor vivir y generan condiciones virtuosas a favor de la paz y el progreso social.

Es necesario reconocer además la importancia de respetar los valores democráticos, la libertad y las instituciones para generar confianza entre los distintos sectores de la sociedad y el estado en una alianza fructífera para el conjunto.

El debate público debe ser con ideas y argumentos que ayuden a construir la cultura del “deber ser” antes que la cultura de “lo yo quiero que sea”. La dirigencia nacional habla de debate cuando en realidad sólo dictan sentencias a ser cumplidas. El debate no es para tener razón, el debate es para encontrar la verdad.

No viene mal recordar las polémicas declaraciones del Presidente cuando se reunió con dirigentes cordobeses en el marco de la última etapa de campaña del año 2021 cuando expresó: “Sé que hacen falta muchos cordobeses y muchas cordobesas como ustedes para que Córdoba de una vez y para siempre sea parte de la Argentina y no esta necesidad de siempre parecer algo distinto”.

No se trata de “parecer” señor presidente. Generalmente se trata de “ser”.

Los valores de Córdoba son los valores de una democracia madura, sólida, preocupada por los intereses de la sociedad y la grandeza de la nación, moderna en su gestión, responsable en el manejo de los fondos públicos y en el uso de los recursos, que se vuelve espejo y modelo para una cultura cívica de la sociedad.

Una sociedad exigente en la demanda de funcionarios que se sientan servidores públicos esclavos en la tarea de lograr el bien común y esclavos de la ley, que es la única manera de ser verdaderamente libres.

* Lic. Mgter. Luciana Flores.


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