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El fracaso de dos modelos y un futuro incierto.

Por: Luciana Flores

Para: @LaVozdelInterior




Un nuevo proceso electoral –que comprende la elección de presidente, vicepresidente, legisladores nacionales, parlamentarios del Mercosur y las elecciones provinciales y municipales que se han venido desarrollando desde el segundo semestre de 2022– está entrando en la recta final.

Analistas de todo tipo tratan de desentrañar el futuro de Argentina a partir de los resultados electorales que se prevén. Difícil tarea la de predecir el futuro. Sólo es posible estimar, y aun a riesgo de equivocarse, a dónde podrían conducir los caminos que se ofrecen. Aunque, para ello, sería necesario que los candidatos especifiquen esos caminos en el marco de una propuesta seria, responsable y viable.

Lo que sí se puede decir hoy es que ya se vislumbra una reconfiguración del poder político en la Argentina. Por un lado, con poderes provinciales que serán distintos a los que veníamos teniendo hasta ahora. Por el otro, las encuestas nos hablan de un poder legislativo que probablemente no tendrá mayorías absolutas por parte de ningún partido. Además, la disminución de la participación electoral y el aumento del voto en blanco debilitan a los candidatos elegidos.

Una situación económica y social crítica luego de casi 12 años de estancamiento del producto interno bruto per capita; un aumento creciente de la pobreza y la indigencia; una degradación de la matriz educativa, laboral y de ingresos; un Estado quebrado, y un gasto público que se duplicó en los últimos 30 años y ha llegado al límite con que se puede gravar a una sociedad, es el lamentable resultado de dos modelos económicos que fracasaron.

Aunque si tuviéramos que hilar fino, quizá tampoco encontraríamos tantas diferencias en lo que se refiere a los modelos económicos. Los dos han cargado todo el peso fiscal en los sectores de la producción y el trabajo y produjeron una gigantesca transferencia de ingresos de estos sectores hacia el sector financiero, que ha favorecido la especulación, en desmedro de la economía real.

Entonces, parece que en vez de dos modelos son sólo dos relatos distintos con fines electoralistas, dirigidos al segmento del electorado que se quiere seducir. A la vista de los resultados, ninguno ha generado condiciones virtuosas para el desarrollo de la Nación y sólo han logrado sostener una decadencia que se profundiza a lo largo del tiempo.

Pero, más importante aún, no es sólo el fracaso de dos relatos económicos. Es también el fracaso de un único modelo de construcción de poder con pretensiones hegemónicas, desconociendo la naturaleza plural de los intereses y de las ideas de la sociedad argentina.

Podemos modificar los sistemas monetario, cambiario, impositivo, jubilatorio o laboral. Podemos cambiar las políticas económicas y sus instrumentos. Sin embargo, lo que debe cambiar primero, si se quiere llevar a la Argentina por un sendero que nos conduzca a un desarrollo sostenible, es el modelo de construcción política.

A tal fin, es necesario entender que gobernar no es sólo administrar el Estado. Es también conducir a la sociedad en el sentido de armonizar el sistema de intereses que en ella se anidan, en aras del bien común. Para ello es necesario desarmar los espíritus y empezar a reconocernos todos como argentinos que navegamos en un mismo barco.

Se debe construir un nuevo modelo político capaz de lograr una sociedad integrada, que resuelva armónicamente las contradicciones secundarias para dirigir el esfuerzo a la titánica tarea de reducir la pobreza y brindar un horizonte de progreso y bienestar a una sociedad desesperanzada y escéptica de una clase dirigente que no fue capaz de brindar soluciones.

Lic. Mgter. Luciana Flores.


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Twitter @luflorescba



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