Educar para pensar; pensar para ser libres.
- lucianaflorescba
- 11 dic 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 15 feb 2023
Por: Luciana Flores
Para: @LaVozdelInterior

Avanza el siglo 21 y esa utopía que auguraba un mundo que evolucionaría hacia el progreso, sobre los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, parece desvanecerse en un devenir sin un norte claro.
Las tecnologías de la información y la comunicación han traído múltiples beneficios. Sin embargo, no han contribuido a enriquecer el pensamiento ni a generar vías virtuosas de desarrollo.
La escasez de filtros críticos para digerir la sobredosis de información que recibimos nos expone a todo tipo de bulos y noticias falsas que activamente reproducimos y viralizamos, sirviendo a la tarea de impedir pensar con claridad y avanzar en un pacto común para beneficio de todos.
Hemos convertido el debate social en una discusión sorda y ciega, de argumentos cada vez más primarios y elementales, que aturde los sentidos, nubla la razón e impide analizar la realidad con cierto grado de razonabilidad. De la mano de la soberbia, la ignorancia está acallando la voz de científicos, pensadores y sabios.
Se forman legiones de creyentes, seguidores y fanáticos que no se cuestionan si lo que se les presenta como una verdad irrefutable realmente lo es. “Creer es más fácil que pensar. De ahí que haya más creyentes y seguidores que pensadores”, decía Albert Einstein.
FORMAR PENSADORES
El sistema educativo tiene el deber de reconstituirse como un actor clave. No se deben formar únicamente “tecnócratas”, sino también “pensadores” capaces de ser reflexivos y críticos.
Pensar críticamente no significa llevar la contraria al mundo. Se trata de indagar, cuestionar, dudar, desconfiar, verificar la fuente de los datos, conocer los argumentos a favor y en contra, bucear en la información, contrastarla y descubrir su sentido y sus contradicciones.
Si las currículas académicas no incluyen la formación del pensamiento crítico, será cada vez más complejo formar a líderes capaces de lidiar con realidades crecientemente complejas, que requerirán más habilidades y más capacidad de procesar la información y desarrollar un sistema de ideas a partir de las propias convicciones y no de los estímulos direccionados por algoritmos.
El pensamiento crítico es el verdadero camino a la libertad y es la vía de construcción de la propia identidad, individual y colectiva.
¿Sabemos valorar la información que leemos, escuchamos o vemos antes de darla como verdadera? ¿Somos capaces de formarnos una idea propia, razonada y justificada sobre un tema? ¿Tenemos la capacidad de dudar de nuestras propias creencias y de impedir que nuestros prejuicios sesguen nuestras decisiones?
Y, fundamentalmente, ¿sabemos abrirnos a otras maneras de ver el mundo y de empatizar con quienes piensan diferente? ¿Podemos debatir para encontrar la verdad y no para tener razón?
“Veritas liberavit vos” (La verdad los hará libres). Esta frase del Evangelio de Juan, inscripta en el escudo de la Universidad Católica de Córdoba, parece estar hecha para hoy. En un mundo donde las redes sociales dictan nuestra forma de pensar y de actuar, más que nunca es necesario volver a encauzar el debate hacia la verdad.
Sócrates afirmaba que no se trata tanto de aprender por aprender y acumular saberes, sino de poner críticamente en tela de juicio lo que se sabe, para ir construyendo la verdad. Y no hacía referencia a verdades absolutas, de esas que se reproducen con tanta facilidad en estos tiempos. Se refería a verdades plurales, revisables, esas que pueden mostrarnos el camino que nos une a pesar de las diferencias.
Como dice Francis Fernández en Sócrates y el arte de aprender, sólo hay dos caminos:
“O bien aprendemos a pensar, a filtrar todo el material que incorporamos, tanto jerárquicamente (por importancia) como valorativamente (por grados de fidelidad a lo real), u otros nos impondrán su propia jerarquía y valores. Del mismo modo, si no practicamos el hábito de ejercer la autocrítica ante las propias convicciones, a nuestra propia manera de comprender el mundo, con hábitos que exigen práctica, esfuerzo y constancia, seguiremos siendo marionetas de nuestros instintos, individuales o culturales, ambos impuestos, y renunciaremos al libre albedrío que requiere responsabilizarse de nuestros actos, con plena conciencia de por qué hacemos lo que hacemos”.
Lic. Mgter. Luciana Flores.
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