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Argentina: una deriva institucional o el ocaso de una nación.

Por: Luciana Flores.

Para: La Voz del Interior.


Hay países sin riquezas que cultivan un camino de crecimiento y desarrollo para sus pueblos. Y hay países llenos de riquezas que fracasan en su misión de brindar bienestar a sus ciudadanos. ¿Por qué?

En gran medida, porque el desarrollo económico de una nación y el bienestar de sus pueblos no dependen de las riquezas naturales, de la geografía, la climatología, la cultura o la religión, sino de la estabilidad y la calidad de las instituciones que las rigen y de la fortaleza del tejido orgánico que las conforman.

Las sociedades fracasan cuando no poseen instituciones que provean los incentivos adecuados y las oportunidades para que la mayoría de las personas que viven en ellas puedan desarrollar sus talentos.

Muchos creen que la ejecución de un nuevo diseño económico, más inteligente, puede prescindir de la política. En el mejor de los casos, suena demasiado simplista. Un sistema económico virtuoso es aquel que se organiza y se sostiene sobre un sistema político virtuoso, es decir, aquel que funciona bajo el paraguas de las instituciones.

Sin embargo, las propuestas de la oposición a un gobierno que ha degradado el funcionamiento institucional durante dos décadas van desde gobernar a través de consultas populares (ignorando la división de poderes) hasta proponer la derogación de leyes por decretos de necesidad y urgencia o hacer escuchas ilegales para resolver el grave problema de la inseguridad. ¿Qué estamos haciendo, Argentina?

Desde el punto de vista de la política económica, el panorama tampoco resulta alentador. El oficialismo propone la creación de una moneda digital en un país cuya moneda no tiene valor y padece una inflación espiralizada.

A este absurdo lo enfrenta una propuesta de dolarizar sin dólares, lo que en el mejor de los casos representa un sinsentido y en el peor escenario significa seguir agigantando un proceso de endeudamiento perverso, que ya llegó a límites insostenibles. Además, simboliza la renuncia a la posibilidad de ser una nación en serio, quizá en el marco de algún plan superior para contribuir a someter el poder de las naciones al poder financiero internacional. Quién sabe.

La tercera propuesta de bimonetarismo en un país sin moneda, sin estabilidad, sin confianza ni credibilidad alguna se topará, al menos, con unos cuantos obstáculos antes de alcanzar su objetivo. Porque la seguridad jurídica, la estabilidad y la confianza no las da un sistema monetario, sino un sistema institucional que funcione.

Hoy la Argentina se encuentra al borde del abismo. Los riesgos de hiperinflación están a la vuelta de la esquina, y los altísimos niveles de pobreza e indigencia exigen que los candidatos dirijan un mensaje serio y racional que ponga la discusión política en el nivel que necesita y merece nuestra gente.

Hubo otros tiempos bisagra en la historia argentina, en los que la magnitud de la crisis que nos aquejaba logró que la dirigencia política tuviera la grandeza (o el miedo, no lo sé) suficiente como para entender que el interés por evitar mayor dolor en una sociedad devastada debía primar por sobre los intereses egoístas. Hoy no nos queda ni eso.

La política argentina y las propuestas electorales giran en torno de un sinfín de abstracciones que poco tienen para aportar a la construcción de un destino común.

Los fracasos del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio no generan expectativas en los votantes, y el mensaje de quienes se postulan no comprende sus razones y mucho menos conmueve su corazón. Mientras tanto, Javier Milei ya entendió mejor sus vísceras.

La dirigencia nacional argentina ha llevado a la sociedad a un nivel de hartazgo tal que parece que estamos dispuestos a aceptar una propuesta que considera la venta de niños y de órganos como un mercado más de la economía, en una conceptualización retorcida de la libertad.

La pelea no es ideológica. No es mercado contra Estado. De lo que se trata es de erradicar de nuestro país el Estado clientelar que interviene de forma discrecional y protege el capitalismo de amigos.

Si nos volvemos a equivocar, no tendremos un Estado más eficiente ni este dejará de existir, como algunos confían. La única diferencia será que el Estado tendrá otro cliente. Y ese cliente no será el pueblo argentino.

Lic. Mgter. Luciana Flores.


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Twitter @luflorescba













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