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Argentina necesita una salida genuina y sostenible.

Por: Luciana Flores.

Para: La Voz del Interior.




El programa económico que lleva adelante el Gobierno nacional hace apenas tres meses ya es considerado un éxito por sus seguidores. Estos destacan la acumulación de reservas, la estabilidad cambiaria, la licuación de los pasivos remunerados del Banco Central, la limpieza del Estado en relación con los miles de empleados que cobraban un sueldo sin cumplir un rol determinado, las auditorías que expusieron ineficiencias y dudosas maniobras en la administración de los fondos públicos y, en palabras del Presidente, haber evitado una hiperinflación.


Del otro lado, lo consideran un estrepitoso fracaso y exponen la brutal recesión con caída de ventas; caída de la industria, del comercio y de la construcción; niveles récord de inflación; licuación de los ingresos de la población; falta de coordinación en la política de desregulación de precios, y una enorme impericia política para hacer realidad las leyes necesarias para un reforma estructural y sostenible en el tiempo.


Probablemente la realidad sea una combinación de estas dos miradas opuestas.


En primer lugar, la herencia recibida por el Gobierno es una de las peores de los últimos tiempos. Los obscenos desequilibrios macroeconómicos acumulados; un Banco Central quebrado, con 12 mil millones de dólares de reservas negativas y un pasivo explosivo; una enorme deuda comercial, entre otros dramas sociales, educativos, culturales e institucionales, hacían que el desafío que había por delante fuera titánico. Pero Milei lo sabía y se postuló para gobernar.


En segundo lugar, debemos reconocer que este proceso de decadencia política, económica e institucional difícilmente pueda resolverse en tres meses.


Mas allá de esto, el programa económico que está llevando adelante el Gobierno hoy gira únicamente alrededor de un superávit fiscal que, si bien era necesario, se apoya en la licuación de ingresos, de ahorros y de jubilaciones, por un lado, y en impuestos transitorios y distorsivos por el otro.


El programa económico logra avances importantes, pero se sostiene en importaciones que no se pagan, en la acumulación de compromisos futuros en dólares, en instrumentos financieros como los puts (que implican un enorme riesgo latente), en una brutal recesión como mecanismo para frenar la inflación, en anuncios de políticas a favor de la importación de alimentos para contener los precios internos mientras miles de pymes e industrias no pueden importar insumos y bienes de capital a los precios correctos, y en las condiciones de mercado y financiamiento, impuestos y leyes laborales que les permitan competir.


La bomba era difícil de desactivar y la tarea era titánica. La estabilidad lograda debe reconocerse. Pero también debe reconocerse que el camino elegido será insostenible y el programa económico corre serios riesgos de caer más temprano que tarde si no se logra avanzar en el diseño de un plan económico integral, estratégico, creativo, multidimensional y, principalmente, productivo, a través de reformas estructurales, equipos de trabajo con metas alineadas y coordinadas que tengan un norte claro y preciso respecto de hacia dónde vamos y qué queremos, y a través de vínculos comerciales sólidos con el mundo, destinados a obtener beneficios para el país a partir de una política de creación de valor y desarrollo.


INVERSIÓN PRODUCTIVA


Una salida genuina de esta larga y decadente crisis que sufre el país requiere que la reducción del gasto del Estado que se propone sea reemplazada por la inversión privada. Y la inversión depende del nivel de confianza que tengan las empresas en un proyecto de país, en sus normas e instituciones y en la madurez de su dirigencia.


Y me refiero a las inversiones productivas de la economía real, esas que producen bienes y servicios, no a las que producen intereses. Esas que generan mayor productividad y empleo de calidad, no las que generan bicicletas financieras. Porque a veces se confunde. Las primeras requieren dirigentes estrategas y gestores; las segundas, comisionistas.


Para ese mercado de la producción y del trabajo, el Excel no alcanza. Se requieren políticas de Estado establecidas en función de la defensa de los intereses de la Nación y de su gente, que generen los incentivos correctos y que aporten la estabilidad y la previsibilidad necesaria.


El apoyo social y del sistema financiero con los que hoy cuenta el Gobierno, si bien son muy importantes, son al mismo tiempo extremadamente volátiles. Por lo tanto, se deberían concentrar los esfuerzos en generar los incentivos adecuados y la estabilidad política e institucional necesaria para contar con el apoyo del sistema productivo. Porque este es más estable y duradero. Y porque es el único que garantiza una salida genuina y sostenible.


Mientras esto no suceda, mientras cada gobierno se crea el dueño de la verdad y considere que puede imponer esta por la fuerza, este país seguirá siendo un péndulo que cambia una y otra vez las reglas del juego y nadie estará dispuesto a correr los riesgos que conlleva una genuina inversión de capital.


Así, la especulación seguirá siendo la norma y los únicos capitales que ingresarán al país de ocasión en ocasión seguirán siendo aquellos que, lejos de contribuir al desarrollo de su tejido productivo, sólo contribuyen a generar los perversos procesos de endeudamiento y fuga que tanto daño le han hecho a nuestro país.


Lic. Mgter. Luciana Flores.


Redes:

Twitter @luflorescba

Instagram @lucianaflorescba

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